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Informazione sulla pubblicazione:
Recensione: DAPHNE HAMPSON, Christian Contradictions: The Structures of Lutheran and Catholic Thought

 
 
 
 
Foto Oviedo Lluis , Recensione: DAPHNE HAMPSON, Christian Contradictions: The Structures of Lutheran and Catholic Thought , in Antonianum, 77/2 (2002) p. 370-372 .
Sommario in spagnolo:

La reflexión en torno a la identidad católica y a la luterana tiene siempre vigencia, no sólo para la causa ecuménica, sino también para la misma autocomprensión de la teología, que en dicha diferencia percibe una constante fuente de inspiración y motivos de profundización. El hecho de que el contraste que nace con la Reforma haya motivado tanta discusión teológica, debe ser seguramente agradecido, a pesar de las muchas desgracias que, por otro lado, reportó ese episodio histórico. Las cuestiones teológicas pueden no ser tan banales como a veces se piensa; tampoco lo son hoy.

El libro de la profesora Hampson retoma el tema de las diferencias profundas entre las dos perspectivas confesionales. Su tesis es clara y se repite hasta la saciedad: no hay casi esperanza de unir dos confesiones cuyas diferencias no son sólo de matiz, sino profundas y afectan a la misma constitución de su sistema teológico. Como ella dice, se trata de contrastes estructurales, que se concentran fundamentalmente en las filosofías que están en la base o en las concepciones antropológicas previas. En la parte católica se ha jugado desde el medioevo con una comprensión estática y una visión ontológica de la naturaleza humana; mientras que con Lutero se instaura una visión más existencial y relacional, menos intrinsecista o sustancialista. Parafraseando a Agustín, puede decirse, que dos filosofías o antropologías han dado origen a dos teologías o doctrinas: la católica insiste en la posibilidad de cambios sustanciales en la persona, que puede pasar de pecadora a justa; por el contrario, en la mentalidad luterana, donde la persona sólo cobra su identidad en relación con Dios, coram Deo, su estatuto relacional impide una visión acabada y fija de lo humano; en esas condiciones hay que admitir que somos al mismo tiempo justos y pecadores.

La autora recoge en su ensayo algunos de los cursos que ha impartido en los últimos años en su Facultad y en algunas otras sedes. Muestra erudición y un conocimiento actualizado de las tendencias teológicas recientes, también en el diálogo ecuménico. De hecho ha repasado con cierto detenimiento la evolución del pensamiento de Lutero para encuadrarlo en ese esquema relacional y de alteridad, así como, en el segundo capítulo, la evolución del pensamiento católico en torno a Trento, con especial énfasis en algunos protagonistas de aquel Concilio, como Contarini y Seripando, sin descuidar la cuestión de la “doble justificación”. Naturalmente se trata de una lectura del catolicismo desde la óptica luterana. Se confirma ese dato con el tercer capítulo, que nos habla de la “incomprensión católica”, un problema que se prolonga – según la autora – hasta nuestros días, al menos a juzgar por su severo reproche a Hans Küng, quien, entre otros católicos, habría sido incapaz de comprender de verdad a Barth y el sentido de la Reforma (129 ss.).

Los otros cuatro capítulos se ocupan, respectivamente, de Nygren y sus detractores, de los encuentros (o des-encuentros) ecuménicos, de Bultmann y de Kierkegaard, figuras todas ellas del protestantismo consciente de su propia identidad. Un epílogo nos clarifica la posición de la autora y nos ayuda a situar mejor el resto del material presentado.

La obra que comentamos no deja de ser extraña. De hecho la autora se declara “post-cristiana”, es decir no cree en un Dios personal ni en los dogmas que defienden las confesiones cristianas. Como otros colegas víctimas del naturalismo científico en el ámbito inglés, también en este caso se propone una cierta resignación y desencanto ante el empeño cristiano por mantener ciertas convicciones trascendentes, después del embate que ha dado la concepción científica (en especial Darwin) del mundo.

La conclusión natural a la que puede llegar cualquier lector es: por qué entonces todo el esfuerzo desplegado en analizar y mostrar las diferencias entre dos confesiones, si, en el fondo, la autora está convencida de que ninguna de las dos tiene razón, y que el debate es entonces poco pertinente ¿O sí lo es? Esa es la cuestión. Kolakowski ha repetido en algunos de sus escritos que reflexionar sobre esos tópicos teológicos es lo más serio y profundo que puede hacer la razón humana. El profesor de origen polaco no nos ha desvelado nunca sus convicciones religiosas (es uno de sus secretos mejor guardados), pero eso mismo hace de su magnífico análisis del jansenismo una obra maestra tanto para teólogos como para filósofos. En el caso de Hampson, las cosas son mucho más desconcertantes, pues su confesión de escepticismo deja en suspenso el valor de toda la erudición que ha exhibido, a no ser que para ella lo que se discutía entre Lutero y Trento sea terriblemente serio, que no en vano tal división costó guerras y muchas vidas, y que la seriedad de esas cosas nos siga persiguiendo, incluso en un ambiente muy secularizado. La figura de Kierkegaard debiera servir a la autora como recordatorio de dicha seriedad, superior a cualquier otro interrogante que nos incumbe.

La cuestión de fondo que expone Hampson da que pensar, de todas formas. Su distinción entre el catolicismo y el protestantismo en las claves de la identidad y la alteridad no es nueva, desde luego; basta detenerse en los últimos escritos de Jüngel, por ejemplo, pero no por eso deja de ser importante. El problema sigue persiguiendo buena parte del pensamiento antropológico contemporáneo: desde Levinas a Ricoeur; toda la reflexión analítica sobre la identidad, toda la fenomenología radical francesa. En suma, no podemos ignorarlo. Sin embargo no está claro que esa distinción, operativa en la modernidad, pueda ser retrotraída hasta el tiempo de la Reforma, y olvidar la paradoja de que el luteranismo también luchó por una identidad propia y que, a la postre, el catolicismo se reveló una forma religiosa más comunitaria, y el protestantismo una más individual. Como en todos estos casos la complejidad de la realidad histórica desmiente los intentos reductivos, que a menudo se ejercen en favor de unos y en detrimento de otros. No obstante, la cuestión radical sigue siendo otra: qué ha fallado en la reflexión teológica de algunos de nuestros colegas para que, a pesar de su alto tono académico, haya desembocado en posiciones alejadas de la fe que deberían custodiar y profundizar.

 



 
 
 
 
 
 
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